lunes, 19 de marzo de 2012

Los incentivos a la inversión extranjera ¿Un arma de doble filo?

Ahora mismo y en cualquier parte del mundo, en el despacho de un CEO de alguna multinacional extranjera se está teniendo la siguiente conversación:

-CEO: Las cosas nos están yendo bien ahora mismo, por lo que sería hora de invertir en Centro Europa e implantar una nueva fábrica por esa área.

-Director de expansión: Estoy de acuerdo con usted, y los candidatos podrían ser, por ejemplo, alguno de los miembros del Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa).

-CEO: La cuestión es ¿dónde?

-Director de expansión: Pues bien, atendiendo a criterios geográficos, estos países son similares, puesto que en extensión no son muy grandes y además, todos ellos son países puentes que unen la Europa Occidental con la del Este. Por lo que el criterio geográfico no es suficiente para decidir.

-CEO: Cierto es, además cuentan con sistemas fiscales igual de ventajosos, así como salarios mínimos interprofesionales similares. Y encima, todos tienen divisas distintas con sus respectivos pros y contras. Así que…¿cómo elegimos?

Esta conversación, ficticia o no, es el resumen de las discrepancias que existen en las grandes empresas cuando quieren invertir en un país en concreto. Sin embargo, cuando las condiciones de los países son similares, es difícil decidir a cual de ellos apostar. No obstante, un criterio que sin duda hay que tener en cuenta son los incentivos a la inversión extranjera que ofrecen los países receptores de inversión. Se trata de un mecanismo por el cual los Gobiernos deciden otorgar facilidades a empresas extranjeras con el fin de que la futura inversión de la compañía llegue a su territorio. Es decir, hacer más atractivo las condiciones comerciales y económicas del país, para poder atraer la presencia de mayores empresas extranjeras, y así decanten su decisión final por ese país, y no por otro. Por lo general y de manera resumida (en un futuro post se analizarán con más profundidad), dos son los tipos de incentivos que los países ofrecen:

a) Fiscales. Consisten en otorgar “ventajas fiscales” a aquellas empresas que se establezcan en el país mediante inversiones directas. Por lo general, la manera más común es mediante el descenso del tipo de gravamen del Impuesto de Sociedades, amortizaciones aceleradas, deducciones en las cuotas de la Seguridad Social y reducciones de impuestos en general.

b) Financieros: Por lo general, se resumen a subvenciones y subsidios económicos para las empresas y, dependiendo del país, van desde préstamos con condiciones favorables, donación de terrenos y cualquier de otra naturaleza similares que supongan ventajas para los inversores en el ámbito económico.

Evidentemente, los Gobiernos no otorgan ayudas sin imponer condiciones a las empresas, y es que entre las que se suelen exigir se requiere que la inversión de la empresa promueva el empleo en el país (suele ser el motivo principal) ó que contribuyan a la promoción de I+D. Igualmente, el grado de incentivos es mayor cuando se decide invertir en aquellas regiones más desfavorecidas del país. Es decir, si la empresa extranjera decide invertir en una fábrica en el país, en el caso de incentivos fiscales, los Gobiernos deciden dar a cambio mayores descuentos en el tipo de gravamen en aquellas zonas menos desarrolladas del país y aquellas que cuenten con mayor tasa de desempleo.

Sin embargo, todo lo anterior conlleva dos lecturas, una positiva y otra negativa.

La perspectiva positiva, como se ha indicado anteriormente, se basa en que gracias a estas inversiones, las regiones más desfavorecidas de los países suelen sufrir un crecimiento cualitativo que se traduce generalmente en el aumento de puestos de trabajo para el país. Además, la inversión en un país por parte de una multinacional, conlleva en ocasiones a un efecto imán para empresas del sector, que con el afán de conseguir mayor competitividad deciden invertir en esa misma zona. Ni que decir tiene que si hablamos, por ejemplo, de la industria automovilística o electrónica, el que una empresa extranjera decida implantar su fábrica de producción en el país, también será positivo para los pequeños y medianos proveedores de piezas automovilísticas, ya que por la cercanía, verán aumentadas la demanda de sus productos.

Sin embargo, la perspectiva negativa puede encontrarse en la cierta discriminación que sufrirían las empresas nacionales del país de menor tamaño a la multinacional que se implante. Esto se da en muchos países, que lejos de estar a favor de la recepción de inversiones extranjera del país, manifiestan su descontento porque el Gobierno de su propio país esté favoreciendo la implantación de empresas extranjeras, mientras que “dejan de lado” a las nacionales.

Es por ello que los incentivos a la inversión directa extranjera son, en el fondo, un arma de doble filo, dado que aunque aumenta la inversión de empresas extranjeras en el país, favoreciendo el empleo y mayor flujo comercial para empresas del sector, en ocasiones crea malestar entre las empresas nacionales que ven como al país llegan competidores extranjeros favorecidos por incentivos otorgados por el Gobierno. Es aquí donde os planteamos las siguientes cuestiones:

Cómo ciudadano ¿está a favor de los incentivos a la inversión extranjera directa?

Y como empresa nacional ¿vería con buenos ojos la llegada de empresas extranjeras favorecidas por los incentivos del Gobierno?

¿Qué solución propondría para solucionar esta disyuntiva?

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